El lado más cálido de la Guerra Fría

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CLARA ZAPATER USERO

Lo sé, prometí que no volvería a morderme las uñas, pero ayer esa manía del pasado me visitó de nuevo. Fue algo instintivo. Del mismo modo que algunas personas, ya de adultas, pronuncian involuntariamente la palabra “mamá” cuando buscan ayuda después de caerse al suelo, anoche yo me encontré a mí misma mordisqueando las puntas de mis dedos sin poder hacer nada para evitarlo. ¿Que por qué? Es muy sencillo: preguntadle a Steven Spielberg.

Y no lo digo porque haya tenido la oportunidad de pasar un día con él y de cocinarle una paella, como hizo en su día Ana Obregón (por si acaso a algún soñador se le había ocurrido barajar esa posibilidad). De hecho, el director estadounidense logró despertar todas y cada una de mis emociones en la distancia, valiéndose únicamente de una pantalla de cine y de una película a la que ha bautizado como El puente de los espías, una obra basada en hechos reales que se estrenó en España el pasado 30 de noviembre.

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Tom Hanks y Steven Spielberg hablan durante el rodaje de El puente de los espías. Fuente: elescriptcuenta.blogspot.com

Corre el año 1957. Los Estados Unidos y la Unión Soviética, se enfrentan en una especie de pulso silencioso que ha pasado a la Historia como la Guerra Fría. No existe una lucha física entre las tropas de ambas superpotencias: la batalla se libra en la sombra y la única arma empleada en ella es el tráfico de información. Los soldados no son militares, sino espías que se dedican a investigar al bando contrario para ir siempre un paso por delante. En medio de este enrevesado escenario, Rudolf Abel (interpretado por Mark Rylance) es un agente soviético que vive en Brooklyn fingiendo ser un simple pintor. Pese a que Abel lleva a cabo su trabajo de forma minuciosa y discreta, la CIA no tardará en desconfiar de él y, tras un tiempo de vigilancia, el sospechoso acabará siendo detenido.

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Rudolf Abel (Mar Rylance) lee un mensaje de sus compañeros de la KGB. Fuente: películas.cc

Como el gobierno de los Estados Unidos desea demostrar al mundo que la moralidad de su país es superior a la de la URSS, al espía arrestado se le asignará un abogado para que tenga un juicio tan justo como el de cualquier ciudadano americano. Esta tarea le será encomendada a James Donovan (Tom Hanks), un abogado defensor que se dedica al sector de los seguros y que hace años que no está involucrado en casos de derecho penal.

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Rodolf Abel y su abogado James Donovan se dan un apretón de manos. Fuente: sensacine.com

Aunque para los líderes de EE.UU. la adjudicación de un letrado para el espía soviético sólo sea una especie de teatro con el que dar una buena imagen de la nación de cara al exterior, Donovan se tomará muy en serio su trabajo y tratará de que su defendido gane el juicio, teniendo que asumir, en consecuencia, la desaprobación de su propia familia y el rechazo de todos los estadounidenses, que no entienden cómo un compatriota puede buscar el bienestar de un enemigo de su país.

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James Donovan y su mujer (Amy Ryan) son acosados por la prensa estadounidense. Fuente: lgecine.com

Pero no penséis que la trama termina ahí porque, además de la historia de Rudolf Abel, paralelamente se irán desarrollando otras dos. Por un lado, la Francis Gary Powers (interpretado por Austin Stowell), un piloto y espía de EE.UU. que será capturado por la KGB y, por otro, la de Frederic Pryor (Will Rogers), un joven americano que estudia Economía en Berlín al que la República Democrática Alemana ha detenido por falsos cargos de espionaje.

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Francis Gary Powers es juzgado en la URSS. Fuente: cinetelia.com

En mi opinión, ya sería sorprendente que una trama tan apasionante como ésta hubiera surgido de la cabeza de unos guionistas (que, por cierto, han sido los hermanos Coen), pero me impresiona todavía más pensar que El puente de los espías está inspirada en una historia real. Analizando este detalle, mucha gente podría llegar a pensar que el director lo ha tenido fácil a la hora de confeccionar la película, porque sólo ha tenido que expresar mediante imágenes algo que ya estaba escrito en la memoria histórica… Pero, quizás, el mérito de Spielberg reside en otro aspecto: como él mismo dijo una vez, «es difícil satisfacer a la audiencia si sólo les ofreces efectos especiales, pero es fácil si les das una buena historia», y lo que está claro es que él tiene un don para saber qué historias merecen ser contadas.

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Spielberg charla con Rylance. Fuente: elcinedeloqueyotediga.net

De hecho, El puente de los espías me parece una digna sucesora de La lista de Schindler, otra de las películas de este director estadounidense que se ha consagrado como una de las obras cinematográficas más trascendentales de los últimos tiempos. Aunque esta vez Spielberg ha cambiado la II Guerra Mundial por la Guerra Fría y al empresario Oskar Schindler por el abogado James Donovan, lo cierto es que en ambas cintas se aprecian elementos comunes. Por ejemplo, en las dos se reivindica la importancia que tiene luchar por lo que consideramos justo y lo fundamental que es resistir ante la adversidad y no rendirnos aunque los que nos rodean intenten sofocar nuestra causa. Sin embargo, lo más importante que, bajo mi punto de vista, transmiten ambos filmes es que la humanidad de las personas ha de ser superior a cualquier guerra y que siempre existirá gente que, desde el anonimato, contribuya más a alcanzar la paz que muchos líderes políticos.

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Abel y Donovan durante el juicio. Fuente: cinemania.com

Si tuviera que señalar un aspecto un poco más negativo de El puente de los espías, sería que la cinta se centra mucho en la historia de Donovan y Abel y, por este motivo, se descuidan un poco las dos tramas secundarias. Sin embargo, esta crítica dice, a su vez, algo positivo de la película: la historia es tan apasionante que serías capaz de aguantar dos horas más en el cine con tal de conocer por igual el mundo interior de todos los personajes.

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Powers junto al resto de su brigada. Fuente: sensacine.com

En cuanto a la fotografía, el filme está bañado en una luz lúgubre y fría que representa muy bien los tiempos en los que está ambientado. Sin embargo, llama la atención la calidez que determinados personajes transmiten gracias al tono de su piel, que se mantiene anaranjado incluso cuando la atmósfera que los rodea es sombría. Algunas estancias también están dotadas de esta tibieza, que se manifiesta en los lugares y en las personas que todavía albergan calor en sus corazones.

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Donovan y su familia bendicen la mesa. Se aprecia una luz más cálida en la estancia que en otros escenarios. Fuente: losinterrogantes.com

Además, el enfoque de los planos es innovador y particular, ya que muchas escenas están rodadas desde un ángulo más bajo de lo normal y, otras, desde perspectivas que te hacen vivir en primera persona la historia (algo que probablemente Spielberg ha conseguido renunciando a las cámaras fijas e integrando a sus cameramen entre los actores).

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Donovan telefonea a su familia desde Alemania. Fuente: elperiodico.com

En mi opinión, la última película de Spielberg lleva implícito un gran mensaje: si queremos salvar el mundo, es necesario dejar a un lado los enfrentamientos políticos y poner en práctica los valores de la generosidad y la humanidad, que muy a menudo escasean en la sociedad actual. Y es que, aunque el puente del que se habla en la película sea el de Glienicke (situado en Alemania), considero que deberíamos plantearnos una metáfora que va mucho más allá de una simple estructura arquitectónica. ¿O es que acaso hay puentes más importantes que aquellos que unen a los seres humanos?

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